martes, 30 de octubre de 2007

Menos Matrix y más Torremolinos


Contemplar el horror cinematográfico de los hermanos Wachowsky te despierta del sueño cloroformado del cine vacuo.

Muchas veces vas al cine y ves una buena película. Valoras su calidad y sus virtudes de forma clara y la recomiendas a diestro y siniestro. Este ejercicio no sirve para nada. Unas semanas después, nadie se acuerda de ella. Llega la descomunal industria que los americanos han instaurado en todo el mundo y la pequeña obra se hace invisible.

Matrix en una esquina y Torremolinos 73 en la otra. Empieza el combate. El primer puñetazo, a base de dólares, noquea a la película de Pablo Berger. KO. De nuevo, la superproducción de infinitos dólares entierra hasta lo más profundo a una obra realmente cinematográfica.

Si amas el cine, la conclusión después de ver las dos películas, puede ser otra. Contemplar el horror filmado por los hermanos Wachowsky te abre los ojos y te hace sentir con más fuerza que nunca que films como Torremolinos 73 merecen ser reivindicados con más fuerza que nunca.

Matrix era una gran película. Un film de ciencia-ficción en toda regla que se convirtió en una película de culto por su fuerza, por su atrevimiento formal y tecnológico y por su apasionante tratamiento filosófico y religioso. Era una obra que marcó un antes y un después en este tipo de cine sobretodo porque se consolidaba como un film de su tiempo, que mezclaba y variaba todas aquellas referencias culturales y estéticas del momento en el que fue concebida. Matrix se estudiará dentro de unos años como una película clave.

La segunda parte, Matrix Reloaded, es otra cosa. Es un film impresentable, un videojuego sin profundidad alguna que abusa de los efectos visuales y que ningunea una base argumental que resultaba fascinante. Les pasa a las segundas partes americanas. Más dinero y menos ideas. Lo de siempre. Tras ver este desastrosa segunda parte, salí del cine con un título en la cabeza: Torremolinos 73.

La vi unas semanas antes y ya no me acordaba de ella. La propaganda me había hecho silenciar el buen rato que me hizo pasar aquel film. Y no hablo de pasar el tiempo y entretenerte. No sería justo. Torremolinos 73 es una película inteligente y bien filmada, que apunta grandes cosas con sutileza y que no pierde en ningún momento ni su intención y su agudeza. Nos habla de un matrimonio que se dedica a grabar videos porno para el mercado escandinavo en los años 60 y 70. La descripción de la época y la apagada fotografía son ejemplares pero no lo más destacado.

La habilidad de su guión es indiscutible. Nos habla de una España concreta sin grandes aspavientos y muchas verdades, de las necesidades y deseos de unos pobres diablos de esa España deprimida y desorientada, del cine. Sí, sí, nos habla del cine y de su industria y de sus gentes y de sus perversiones. Y, aunque sus conclusiones puedan resultar obvias o previsibles, el ingenio de su director te las hace originales por su sencillez y honestidad en su explicación.

Lo fácil hubiera sido sacar a ese matrimonio del modelo y hacerlos outsiders o seres apartados de su realidad social. Lo complicado y, a la postre punzante, es llegar a conseguir que el espectador se mueva entre la comprensión, la ternura y la lástima mientras contempla como ese matrimonio corriente filma su particular apología necesitada del sexo entre pucheros.

Matrix te anestesia de la realidad del cine pero, a continuación, te despierta dada su mediocridad como el que lo hace de una siesta: con ganas de comerte algo realmente dulce, o sea, cine de verdad.

Lo último


La pereza, que aparece de vez en cuando en nuestra cotidianidad, me obliga a resumir lo último que he visto de la forma más sencilla y rápida: con puntuaciones y breves comentarios.

Cuando desaparezca o cuando una película me estimule lo suficiente como para dedicarle más de un ratito, volveremos a la crítica de toda la vida.

En todo caso, ahí va lo último que he visto y me ha gustado, o no:

53 DÍAS DE INVIERNO de Judith Colell
Preciosa, intimista y melancólica historia de personajes a la deriva en el contexto de una sociedad fría y distante. Su sencillez y honestidad brillan y la definición de sus personajes resulta auténtica y emotiva
PUNTUACIÓN: 7


FRACTURE de Gregory Hoblit
Muy discreto thriller con un Anthony Hopkins haciendo descaradamente de Hannibal Lecter y un Gosling más perdido que un cartero en Barcelona. Previsible, destensionado y alargado film con un misterio que se resuelve con el típico cambio de maletas.
PUNTUACIÓN: 4


HAIRSPRAY de Adam Shankman
Aún sabiendo que tiene un tonillo Disney nada disimulado, mi adoración hacia John Waters y la alegría y vitaminas que me proporciona me obligan a resumirme con un "me lo pasé en grande". Buenas canciones y mucha fuerza en un film, eso sí, convencional.
PUNTUACIÓN: 7

INVASIÓN de Olivier Hirschbiegel
Desastre monumental en esta nueva versión de un clásico de la ciencia-ficción tan querido como es "La invasión de cuerpos". El film es lamentable, precipitado, con un montaje imposible, incongruencias por doquier, saqueos narrativos continuos y con un mensaje de fondo tan postizo como débil. Penoso.
PUNTUACIÓN: 3

PROMESAS DEL ESTE de David Cronenberg
Sinceramente, me sabe a poco esta nueva película de un maestro tan admirado. Siguiendo la estela de "Una historia de violencia" a este film le falta tensión, un argumento más rocoso y una resolución no tan maniquea. Decir que está bien dirigida, resulta obvio.
PUNTUACIÓN: 6


SUPERSALIDOS de Greg Mottola
Es magnífica, emotiva, divertidísima. Una comedia de adolescentes que habla de lo difícil que es ver como la vida cierra un ciclo y te aleja de los amigos y la inconsciencia de un mundo duro pero divertido. Perfectos personajes, buenas situaciones y un transfondo emotivo que la diferencia del resto de películas de este estilo. Estupenda, realmente estupenda.
PUNTUACIÓN: 8



jueves, 25 de octubre de 2007

Las dudas del héroe


“Spiderman 2” nos ofrece la visión más humana de un superhéroe con problemas de hipoteca

Disculpen el juego de palabras y la inexactitud de las mismas en el subtítulo ya que Peter Parker vive de alquiler. Pero la grandeza de esta segunda parte de “Spiderman” está precisamente en la concepción del héroe como una persona relativamente corriente, que sufre los problemas de todos los mortales, que tiene un torrencial de dudas existenciales y que debe conjugar su curioso trabajo con su vida emocional.

En la primera parte, ya estaban presentes las dudas y las incertidumbres de este brillante estudiante de física que, tras un accidente, se ve encaminado a menesteres que la vida le obliga a ejercer y que a él incomodan y atenazan.

La duda sobre su nueva situación, sobre lo que le comporta y sobre lo que pierde, a lo que renuncia, afloran definitivamente en esta segunda entrega, mucho más rotunda e interesante, definitivamente inteligente, en la que vemos la vertiente más humana, pocas veces plasmada en el celuloide, de los superhéroes de las viñetas.

Parker es un chaval normal, que debe salir del armario y explicarles a todos lo que es, lo que lleva a sus espaldas, sus sufrimientos escondidos, para salir airoso, para conjugar sus deseos y sus obligaciones, en un exploración brillantísima en el terreno de la emoción del héroe contemporáneo.
Si Superman, aparte de machote no era más que torpe, Spiderman representa ese tipo de la calle que vende pizzas y llega tarde a ver a los seres que más desea y que convive con otros a los que ha herido de muerte y lo esconde por miedo a hacerles daño.
Un tipo normal que, en un momento concreto, renuncia al destino y desiste de su misión para lograr algo tan terrenal como el amor de su chica, como centrarse en los estudios, como confesar a su tía que fue el culpable indirecto de la muerte de su marido, como conseguir un trabajo para llegar a fin de mes y mandar a tomar viento fresco al dueño de su piso. ¿Habían visto antes a un superhéroe que vive en un apartamento de mala muerte y que debe huir de las presiones de su profesión mal pagada? Seguro que no.
En esta segunda parte, Sam Raimi, que logra su mejor film, lo pone encima de la mesa y nos ofrece un ramillete fascinante de conclusiones con escenas sobresalientemente sensibles como la del metro (nunca una escena de acción fue más refinada y menos ruidosa), extrayendo la parte más femenina del personaje (recuerden la conversación en el ascensor sobre su traje), dotando de auténtica profundidad a las mujeres de la historia. Y con un malo que no lo es, que es un romántico obligado por la tecnología a hacer el mal. En fin, glorioso.

A parte de eso, que es muchísimo, un guión perfecto, una dirección en estado de gracia y unos actores, a excepción de James Franco, magníficos.

Hilo fino. Esta película tiene mucho fondo y mucha clase.

viernes, 19 de octubre de 2007

Tres mil años



Este es un artículo de opinión publicado en El Far el 28 de septiembre de este mismo año. Me gusta cómo el cine, a veces, nos permite escribir más allá de sus propios límites a través de la emoción que nos propone y que vuela libre (tanto en pensamientos como en forma) en nuestro divertido arte de explicarnos.

"Escribo desde San Sebastián. En una sala abarrotada de periodistas que escriben crónicas y comentarios sobre las películas proyectadas en el Festival de cine. Estamos viendo muchas películas, como es lógico, algunas arriesgadas, otras talentosas, otras desquiciadas, otras insignificantes.

Estamos dejándonos empapar de vidas, de situaciones, de contextos políticos y sociales, de miedos personales y valentías conscientes. Y escribo esto después de haber visto una hermosa película de Wayne Wang, Mil años de oración, que nos ofrece una extraordinaria lección de vida, una callada y serena reflexión sobre los pasados escondidos, sobre las concepciones del otro, sobre lo poco que nos conocemos.

Dice el film que se requieren 3000 años de oraciones para conocer con el que compartes cama, amistad o sangre. Y la sentencia te hace pensar. Estamos en una sociedad, dominada por tantos instintos primarios y disfraces disimuladores de miedos y frustaciones, que se nos hace difícil la definición concreta del que está al lado.

A veces, valoramos al próximo en base a supuestos, a incertezas, a cavilaciones gratuitas, a secretos indignados y ficciones no resueltas.

El mundo se mueve en silencios, en miradas engañadas, en percepciones huérfanas de realidades. Nadie habla de uno ni con el otro.

Si la comunicación y la honestidad fueran un hábito entre las personas, el mundo giraría en la belleza y emoción de las palabras que desentuertan misterios y aproximan las almas."

Pd: La película ganó la Concha de Oro al día siguiente. Gran alegría.

Calculada carambola


Querejeta renuncia a sus pretensiones autorales en un agradable film coral tan facilón como efectivo

Gracia Querejeta ha conseguido hacer, con su última película, una calculada carambola. Me explico. Ha situado sobre el tapete convenientemente las tres bolas: una centrada en un drama personal de padre ausente y mezquino sobre el que giran todos, otra de hija con espíritu de superación que reinaugura su vida rehabilitando el negocio familiar de billares y, tercera, otra multicolor con diversos personajes muy variopintos, amables y divertidos, humorísticos pero con su dramilla adherido.

Conjugadas y en su golpeo, las tres configuran una película amable y graciosa, en muchos instantes, levemente dolorida y tristona, pero muy humana y reconocible.Es una carambola calculada y, por eso, falta de riesgo y de cierto espíritu. Vamos, que no hubiera ganado a Paul Newman en ningún momento.

Querejeta deja sus ínfulas transcendentes y su cierto intelectualismo que le habían proporcionado grandes momentos cinematográficos en El último viaje de Robert Rylands, su mejor película, y también esa afectación melancólica y amargada que buenos instantes le depararon en Héctor o Una estación de paso.

La autora entierra sus pretensiones y conflictos para centrarse en una carambola simpática y fácilmente digerible pero, irremediablemente, menor, sin emoción inteligente, sin grandes logros ni avances en su filmografía.Siete mesas de billar francés funciona por la diversión despreocupada que propone, no por su profundidad narrativa ni sentimental, que deviene floja, sino por la configuración de un ramillete de personajes que simpatizan rápidamente con el espectador.

Las buenas interpretaciones de los actores y actrices también ayudan. Maribel Verdú está adecuadísima, aunque no podamos olvidarnos de su prodigiosa interpretación en el Fauno, Blanca Portillo está real como ella misma y los secundarios responden.

No es la Querejeta de riesgo que nos acostumbra a gustar, singular, sino más bien comercial y facilona. Pero efectiva, absolutamente efectiva. Una carambola, al fin y al cabo, aunque la más fácil que se podía realizar sobre la mesa.

jueves, 18 de octubre de 2007

Juegos en la vieja casa


Poco, o nada, puede reprochársele a El Orfanato, un debut impresionante asentado sobre una historia de las de siempre

Están ahí. En el caserón viejo. Nos miran y nos acechan. Un tremendo secreto esconden. Nosotros, los habitantes racionales de ese espacio, no los vemos pero empezamos a sentirlos. Quizá no eran las viejas puertas raídas ni los relojes que tocan a destiempo. ¿Están ahí o en nuestra mente? Sustos, misterios que se van resolviendo y dramas interiores que explotan cuando los descubrimos... Una historia de las de siempre.

Una historia que el cine norteamericano nos ha ofrecido muchas veces. No debemos negarlo y los creadores de El Orfanato son absolutamente conscientes. Porque la diferencia entre este film de Bayona y otros no reside en la originalidad del planteamiento ni del discurrir temático de la historia sino en su tratamiento, en la forma en la que se explica esta terrible historia.

Poco se le puede reprochar a esta película que explica una historia interesante, que te mantiene pegado a la butaca irremediablemente, a través de un guión bien planificado, juguetón, sereno y que dosifica la información al espectador de forma perfecta, y con una puesta en escena deslumbrante, impropia de un novato como Bayona, con un dominio plástico y estético de la imagen y del ritmo interno de la narración encomiables.
El debut en la dirección de este joven barcelonés es, sin duda, uno de los más llamativos del cine nacional de los últimos años, aunque la gran plataforma comercial que lo acompaña, quizá le reste valor a su trabajo. Ya sabemos lo de contra menos conocido el elemento, más reivindicable es. Todo aderezado con grandes interpretaciones entre las que destaca una Belén Rueda que nos enseña cuál es la mirada perdida de una mujer en el abismo de la locura.

Otra diferencia radical respecto a los materiales sobre los que trabaja el director, es el tratamiento del tempo narrativo de la historia. Bayona no se acelera y renuncia al efectismo más hueco y ramplón, narrando con sencillez y sin precipitaciones, con un tempo pausado y honesto.

El Orfanato no depende de finales sorprendentes ni giros inesperados, todo transcurre por terrenos previsibles, pero su desenlace, con absoluta naturalidad, te ofrece una nueva dimensión de un drama humano y sobrenatural que sin descubrir las Américas cumple perfectamente su función de entretenimiento de calidad que delata a un equipo técnico formidable y a un director que mueve la cámara como quiere.

Orden y concierto


“Master and Commander” es un estupendo film de aventuras impregnado de la elegancia y la inteligencia de su creador

Patrick O’Brian, conocido como el escritor del mar, fue comparado, por su erudita narrativa y su temática universal, en la que aborda conceptos como la amistad, el valor o el amor a la naturaleza, con grandes nombres de la literatura inglesa como Jane Austen.

Sus obras navales, contextualizadas en las guerras Napoleónicas, contienen tanta psicología como acción y suponen elevados ejemplos de la mejor tradición de la novela histórica.

La serie de obras dedicadas al capitán Jack Aubrey y al doctor Stephen Maturin están repletas de reflexiones hondas sobre la naturaleza física y humana, sobre el comportamiento de los hombres y sus ideales; con el aderezo añadido de una sana y vitamínica ración de aventuras y batallas entre bandos enemigos.

La adaptación cinematográfica de las andanzas y desventuras de estos dos personajes hace, de entrada, justicia al material referenciado. Peter Weir, un australiano afincado en Hollywood pero que nunca ha perdido el interés en explicar historias poderosas, consigue transmitir en sus imágenes la exquisitez formal y la carga de profundidad humana que contienen las novelas del británico.

Cuando sales del cine, conservas la sensación de haber visto una película de las de antes, artesanales y sin gratuidades, un film de aventuras de verdad, rezumante de una elegancia y una distinción démodées, impropias del cine americano de estos tiempos.
El film funciona como un dueto musical, donde dos instrumentistas hacen funcionar una melodía de forma individual y colectiva, con solos temáticos y frases narrativas explicadas al unísono y que barajan dualidades como la amistad y el odio, la ciencia y la humanidad, la cobardía y la valentía o la vida y la muerte.

El capitán Aubrey representa el mando y el orden, el liderazgo recto pero generoso, expeditivo y justo. Es un estratega calculador y reflexivo pero fiel y agradecido, muy humano, que tiene en el respeto su principal arma de comando.

El doctor Maturin simboliza la tenacidad de la ciencia y la exactitud de los datos físicos pero también la conciencia olvidada del capitán, el enfrentamiento de ideas y la conexión emocional con el resto de la tripulación.

La amistad que les une se sintetiza en los instrumentos que tocan. Aubrey, el violín; instrumento que brilla en la soledad pero que con el complemento del cello, que toca el doctor, se hace más completo y su sonoridad más harmoniosa.

La fuerza y la razón se unen en una relación entre dos hombres que deja de manifiesto muchas de nuestras contradicciones, valores y miedos.

Weir consigue hacer evidentes todas estas virtudes de las novelas y las eleva con una formalización visual que busca una narración clásica y pausada, sin estridencias y con un alto sentido de su dimensión plástica. En otras manos, la película se podría haber convertido en un compendio de diatribas rancias sobre el patriotismo o el coraje de los hombres y haber primado los cañonazos sobre los diálogos. El respeto de Weir a la figura de Patrick O’Brian es evidente y su labor, desde la honestidad y el interés hacía los valores reales que destilan las páginas del escritor, es francamente formidable, consiguiendo que el film resulte culto, elegante, entretenido y profundamente interesante.

Todo con la ayuda de Russell Crowe, un actor tremendo, que transmite una fuerza y un entusiasmo a su personaje realmente espectacular. Llena la pantalla, la desborda por momentos y perfila una interpretación soberbia, cercana a la que nos deparó en la impresionante El Dilema.
“Master and Commander” es un film con orden y concierto, bien escrito, dirigido e interpretado y que mantiene el aroma de cine del bueno. O sea, una obra con bouqué.

miércoles, 17 de octubre de 2007

Un baño de esperanza


Vapuleada injustamente, La Joven del Agua es un brillante tratado sobre la esperanza en un mundo oscurecido por sus miedos

Una cierta corriente torpe y tendenciosa del cine americano nos había proporcionado, en los últimos años y a través de sus creaciones más comerciales, una especie de línea cinematográfica de gran calado ideológico centrada en la reinstauración de la fe redentora en una sociedad obcecada por las tragedias humanas y los conflictos sociales.

Esa estrategia moralista deviene, en la mayoría de los títulos, auténticos encomios redactados por la política intervencionista de la administración Bush (con la consecuente designación del presidente como el Mesías salvador) o bien, derivándolo hacía la última puerta a la derecha, a una conmiseración cristiano-religiosa que establecía la causa-efecto creencia-protección.

Al propio M. Night Shyamalan, autor de La Joven del Agua, se le había escapado en alguno de sus títulos anteriores alguna idea reaccionaria y devota de cierta peligrosidad, considerando la fe en Dios como único redentor (Señales) o demonizando la modernidad y aislando la inocencia para el placer de unos pocos (El Bosque).

Contemplando La Joven del Agua uno se sorprende al interrogarse sobre si los tiros del hindú no fueron certeros o si la interpretación personal fue demasiado astringente, porque lo encontrado en las nociones y valores del film resultan evoluciones brillantes y convincentes de las anteriores redefinidas o aumentadas desde una perspectiva más espiritual e individualista.

La fe de Señales era creer en una entidad metafísica inaprensible. Ahora, el único agente salvador sobre uno mismo, es, precisamente, tener fe y creer en nosotros mismos. Puro humanismo.

La actitud ante un mundo oscurecido y violento en El Bosque era establecer una bola de cristal en la que meterse evitando el contacto con la decadencia de la sociedad desde la más pura e ignorante inacción. Ahora, la actitud es enfrentarse a ella, luchar utópicamente contra y por ella, optando por la esperanza, asiendo a seres representativos y sencillos de un mundo en el que la posible mejoría es, valga la redundancia, posible si la deseamos.

Estos conceptos, expresados con fina sensibilidad y amor inmenso a los seres representados, hacen de La Joven del Agua la más apasionante historia explicada por el director hasta la fecha, si soslayamos las virtuosas florituras visuales que habían elevado, con cierta desproporción, algunas de sus anteriores obras, a excepción de la infravalorada y fascinante El Protegido.

En La Joven del Agua, film definitivamente asombroso, libérrimo y metafísico ejercicio de reflexión filosófica y moral, Shyamalan se lanza a la piscina y en un ejemplo de arrojo creativo, se sumerge en las entrañas de su ideología, vilipendiando los posibles ataques de blandenguería con los que algunos apuñalarán a su película.

La decepción sobre el mundo que expresa el director es tan evidente que recurre a un cuento infantil, y oriental para más señas (el occidental se aprecia como incapaz de crear la magia de la leyenda metafórica) como única vía para no caer en su propia negritud.

Recubre, sutilmente, su historia con un caparazón de fábula mágica terrorífica y dulce al mismo tiempo, que expresa su verdad con la inocencia propia de la infancia, cuando lo que creemos, lo que sostenemos, lo hacemos de verdad, sin peajes ni contradicciones: limpiamente.

Esta estrategia de persuasión ante el espectador adulto, encontrará incondicionales y detractores porque su forma de mostrarse a la platea es tan naif como contundente, tan aparentemente tontorrona como, y así lo creo, extraordinariamente cautivadora.

El mundo atacado, negro, decadente, en peligro puede ser cambiado desde la sencillez y la humildad de aquellas personas que han dejado, por influencia de su entorno, de creer en ellos mismos.

La redención del delicioso encargado de mantenimiento de ese vulgar edificio de vidas olvidadas resulta clarificador: cuando ayuda, es ayudado; cuando cree, libera sus miedos; cuando mira a los ojos de su dolor, se sana. ¿O no le explicamos los conceptos de la vida de esta forma a los más pequeños? Como él.

Toda vida es útil, aunque la vanidad de la sociedad actual nos recuerde continuamente nuestra pequeñez. Toda línea puede modificar un futuro.

No debemos olvidarlo: la esperanza nunca debe dejar de bañarnos. Si no, tendremos que buscar nosotros la piscina.

Desde la falsa orilla


“Mar adentro” es un nuevo y mayúsculo ejemplo del cine ramplón de un cineasta encadenado a la artificiosidad

Las películas de Alejandro Amenábar tienen truco, se les ve el artificio y la pose y resultan falsas, carentes de la verdad de la vida. Pero son hábiles, inteligentes ejercicios de ocultación de su propio vacío, de una superficialidad que se presenta enterrada en el paraguas de un supuesto compromiso; meritorios ejemplos de un cine que parece ser cuando no acaba siendo nunca.
Amenábar está considerando el fulgurante artista de la industria o un buen creador o un magnífico director de orquesta de un cine que, bajo su máscara, no esconde más que su propio rostro tramposo y vano.

“Mar adentro” juega esa partida de póquer con el público y la gana. Se presenta social y humana, reivindicativa y con posicionamiento, sensible y emocional. Y es facilota y manipuladora, tosca y vertebradora de una auténtica sinfonía de penalidades humanas que se muestran sin pudor ni recato, que vende optimismo y humor en un tema doloroso cuando es truculenta y patibularia, exenta de honradez y de solvencia en su temática.

Es un film preparado para el llanto, para capturar la emoción fácil del espectador, en la que todo está extraordinariamente preparado, con personajes desvalidos que aderezan a Ramón Sampedro, en una forma de hacer muy americana, muy poco europea, muy poco moderna. La indagación en su protagonista es mínima, superflua, y el complejo tema de la eutanasia está tocado de puntillas y sin grandes dimensiones reflexivas, evitando el riesgo y el veneno necesario de la polémica.

Cierto es que Javier Bardem da una lección de interpretación realmente memorable y que algunos secundarios, como la catalana Clara Segura, elevan el nivel general, pero la película se queda coja, como si mirara su propia propuesta desde la orilla, desde una falsa orilla de cine social que no lo es y que deviene efectista y hueco.

Pura Hermosura


Tildado peyorativamente de esteticista en alguno de sus trabajos previos, Wong Kar Wai es uno de esos raros creadores que innova y sorprende en cada uno de sus títulos.

Lo vuelve a demostrar en la definitivamente excepcional In the mood for love, donde varias nociones del lenguaje fílmico son utilizadas con maestría para explicar una historia de amor en el Hong Kong de los 60. La elipsis (o lo no enseñado), la contención (o lo interior) y la emoción (o el pálpito amoroso) son los fundamentos esenciales de una forma de narración que sustituye lo convencional por lo arriesgado y brillante.

Tales elementos se entrecruzan con tal genialidad que la película es una muestra perfecta de huecos visuales que el espectador rellena con su experiencia. Muchos besos, encuentros, diálogos y miradas son escamoteados por una cámara que ya supone que tú los imaginas. Esa forma de sugerir sin mostrar, de trazar sin repasar y de sentir sin contemplar hace de esta versión china de Breve Encuentro una cumbre de hermosura visual y gozo sentimental que cuenta como suyo algo que aporta el espectador: la comprensión de lo que significa amar.

lunes, 15 de octubre de 2007

El sufrimiento de un hombre


“La Pasión de Cristo” es un retablo sórdido y bello que encuentra en su desmesura sus principales virtudes y defectos

Película que se desliza en el precipicio de su propia exageración, “La Pasión de Cristo” ha desatado una furiosa y comprensible polémica allí donde ha sido proyectada.

Gritos de antisemitismo, de carnicería irresponsable o de aventura artística desprejuiciada, han garantizado al film de Mel Gibson una campaña promocional que ni los más avispados ejecutivos de los estudios hubieran ideado.

Este monumento al sufrimiento de un hombre se ha convertido en un auténtico fenómeno religioso-social-cultural que debe enmarcarse en un contexto global en el que la búsqueda de una fe redentora se muestra como la única forma de salvación de un mundo enfermo y amenazado por el terrorismo.

Pese a la creencia o el descreimiento del espectador, el film consigue entrecortar la respiración en muchos instantes, al mostrar, con inusitada crudeza y cierta desproporción visceral, el horrible vía crucis que pasó Jesús en sus últimas doce horas de vida. Y lo hace a través de una propuesta narrativa que combina, con gran sentido del espectáculo, la austeridad más absoluta en la acción con una delicada pulcritud y deslumbrante belleza en lo visual.

O sea, que el film se vuelve tosco y funcional, incómodamente riguroso, en la degradación del hombre y se transforma en lírico y exquisito, incluso elíptico, en la rememoración de pasajes anteriores o en escenas de gran sutileza como la resurrección que clausura la historia.

Entre la miseria y la estilización, Gibson consigue transmitir todo su mensaje y, principalmente, sale victorioso en su afán de pergeñar una obra integral, sin prejuicios ni limitaciones, hecha sin pudores autorales ni cortapisas. Así concibió su historia y así la explica, incluso a riesgo de no facilitar al espectador su visionado. De ahí que el film sea hablado en arameo, hebreo y latín, recurriendo a los subtítulos, en un logro artístico sin parangón en el cine norteamericano.

Los diálogos no son excesivos, aspecto que facilita que la imagen sea la auténtica protagonista, que se explique por sí misma y más si se apoya en unas interpretaciones muy contenidas y sencillamente sublimes en algunos casos.

Jim Caviezel está muy adecuado, muy creíble, con más dolor que amor, pero su sufrimiento se transmite más en la mirada de su madre, la Virgen María, a través de la maravillosa, única, especial y terrorífica actuación de Maia Morgenstern. Sus ojos ya son sólo una película.

El encomiable salvajismo en la dirección, que otorga al film un tono mucho más pesimista y desolador que en otras cintas sobre el mismo tema, acaba, eso sí, pasando factura al propio film.

Gibson parece empecinarse en resultar tan bárbaro y angustioso que acaba, a base de reiterar caídas, chorros de sangre y carnes magulladas, inmunizando al espectador, consiguiendo que el shock visual se convierta en algo habitual, perdiendo, así, el efecto y el impacto en la platea.

Su tenacidad en el tremendismo y la truculencia restan eficacia a esta historia dolorosísima, que no puede dejar indiferente, tanto si uno se mueve en la fe cristiana como si no. Al fin y al cabo, todos nos identificamos con alguien que sufre, que es apaleado y humillado con tanta saña y sordidez.

“La Pasión de Cristo”, pues, es un buen film, liberado de la moralidad de su discutible creador, durísimo y bello, sobrio y hermoso, tan intenso como desproporcionado, con imágenes espantables y otras que parecen cuadros de Caravaggio.

Shakespeare en verde


Muchos se defraudaron con Hulk y olvidarán que Ang Lee ha tejido una hermosa historia que nos habla de la auto-aceptación y de la persecución del que nace diferente

Corrieron ríos de tinta cuando se anunció que Ang Lee dirigiría Hulk. Causó extrañeza que un director tan ecléctico y sensible fuera el artífice principal de la adaptación de este clásico del cómic de Stan Lee.
O sea, un tipo acostumbrado a explicar historias humanas descifradas pausada y minuciosamente, que solo contaba ante el respetable con el aval de la divertida y poética Tigre y Dragón, debía elaborar un potentísimo film comercial. Lee ha sido fiel a sí mismo y comprensivo con su personaje.

Lejos de buscar la impresión fácil con imágenes violentas y acciones ininterrumpidas, el taiwanés se ha detenido en la interrogación de su criatura, ofreciéndonos un doloroso ramillete de sensaciones emocionales sobre cómo un ser humano es capaz de conocer y aceptar su propia naturaleza, comprenderla, afrontarla y, a nivel interior, convivir con ella en un sociedad empecinada en exterminar la diferencia.

La sombra de Shakespeare planea sobre todo el entramado narrativo y caracterizador de la historia y se hace evidente en el enfrentamiento paterno-filial que se establece entre el creador y su criatura, en un intenso ajuste de cuentas con el destino, el pasado y la herencia genética. El padre, al experimentar con su hijo de forma indirecta, le infiere una huella fatal que le conducirá irremediablemente a ocupar su espacio, a convertirse en un futuro en él mismo y obligándole, desde la cuna, a protagonizar una sustitución de dimensiones freudianas.

Nacer con una definición natural concreta que no es comprendida por los demás, y al principio por uno mismo, conlleva un ciclo de aprendizaje interior y resolución exterior que se puede ver en la evolución de Hulk como hombre. Su incapacidad para llevar una vida social y su fracaso sentimental se justifican claramente con la angustia del que ve como algo le impide la liberación definitiva de su realidad como ser humano. Cuando fluye, siente una libertad íntima que disfruta pero que, rápidamente, se da de bruces con una sociedad decidida a acabar con el peligro que supone un ser extraño, situado al margen y peligroso, que ostenta una fuerza tan descomunal y tan incomprensible.

Entre estos mares de digresiones existenciales se mueve el guión escrito por James Scheamus, astuto y bien hilvanado, arriesgado y enjundioso, que tiene mucho de drama trágico de enfrentamiento, desafío interno y que contiene referencias literarias y fantásticas a Frankenstein e incluyo a Jekyll y Hyde. Como destacadas son también algunas diatribas nada reaccionarias contra el militarismo actual y las decisiones gubernamentales al servicio de intereses económicos.

El amor, otra vez, será el redentor de tan furiosa criatura (con una imagen idéntica a King Kong) y lo asentará definitivamente en el terreno de la humanidad si todo lo anterior no era suficiente para traslucir el indefenso hombre que se esconde tras ese monstruo verde de ira.
Lee, para redondearlo, envuelve la historia, esta terrible historia humana, en una estética en forma de cómic que fracciona la pantalla (split screen), utiliza flashbacks dentro de flashbacks, alterna y simultanea escenas, ángulos y perspectivas y le otorga una rapidez visual externa que dinamiza la lenta y progresiva evolución mental del personaje.

Gran obra, gran película, hermosa historia en la que lo menos importante son los efectos especiales.

Muertos Vivientes


Mystic River establece un intenso diálogo entre el estómago y la mente del espectador: es una experiencia tremebunda, casi insoportable.

La carrera de Eastwood hay pretendidos altibajos. Películas comerciales, estrictamente artesanales, tan solventes como intranscendentes.
Pero hay obras totales, definitivamente magistrales, de aquellas que se quedan en tu retina de forma perenne, que se hacen clásicos a los diez minutos de su final.

Mystic River se sitúa, de pleno, entre las pocas candidatas a la genialidad que nos ofrece el cine moderno. Su perfección fílmica y su desasosegante profundidad le permiten alcanzar cotas de arte intenso, desquiciante, sereno, reflexivo, punzante. Porque nos encontramos ante una película definitivamente excepcional, un certero puñetazo en pleno estómago que te noquea la emoción y el equilibrio, que te obliga a mirarte, a pensarte y a apreciar que el dolor y la violencia están en todas nuestras vidas, que mancha nuestra sociedad.

Existen personas que vagan por la vida sin motivo ni fortuna, que transitan cual vampiros dominadas por la frustración, la degradación y la muerte, que ven su vida tullida por el azar o la desgracia, que mueren cuando sufren y que sufren cuando viven. Personajes, en definitiva, a los que sólo el latir de su corazón les ata a la existencia.

Tres hombres, antiguos amigos de la infancia, protagonizan esta nihilista y oscura historia de verdades escondidas y dolorosas. Dave, violado en plena adolescencia por dos crueles pederastas, Jimmy, un pequeño mafioso al que asesinan a su hija, y Sean, abandonado por su esposa, son los tres vértices sobre los que gira esta tragedia de nuestros días que se hace insoportable a la mirada sensible de una mente despierta, que te hiere de muerte y te condena a perseguir, con tus pensamientos, los matices y vericuetos de su historia y sus reflejos.

La forma en que Eastwood acerca su cámara a los personajes es de una honestidad abrumadora, sin efectismos ni miradas complacientes o lastimosas, en una indagación sin aderezos que consigue desentrañar el alma de unas vidas miserables, condenadas desde la infancia a la culpa y cuya redención es inalcanzable. La violencia genera más violencia, sea física o emocional, y establece una cadena de degradación que no tiene fin y que se multiplica como una epidemia hasta infectar todo lo que nos rodea. Sea como un juego, en búsqueda de la venganza, anhelada o inconsciente, la violencia nos envuelve en su apestosa realidad hasta abocarnos irremediablemente a la muerte.

El río es el otro protagonista. Su oscura red de agua corrupta sintetiza esta tremenda historia de hombres muertos en vida, en un devenir sin retorno a la destrucción que esconde las veleidades de seres tan indefensos, en el fondo, abocados desde sus primeros años de vida a la infelicidad y la ausencia.

Film que entra por el estómago y desemboca en la mente, Mystic River es una obra de arte en toda regla, una película tan humana que hace daño, tan real y tan pesimista que nos invita a replantearnos en que mundo vivimos, asiendo, con los puños llenos de sangre, el último halo de esperanza.

La vida es puro teatro

Dada la genial afirmación musical, lo mejor es que esta representación de nuestra existencia se realice a través del cine. Este espacio es tan solo un lugar en el que comentar películas de hoy y de ayer, sin excluir estilos ni generos. Simplemente, divirtiéndonos con el séptimo arte.