lunes, 15 de octubre de 2007

Muertos Vivientes


Mystic River establece un intenso diálogo entre el estómago y la mente del espectador: es una experiencia tremebunda, casi insoportable.

La carrera de Eastwood hay pretendidos altibajos. Películas comerciales, estrictamente artesanales, tan solventes como intranscendentes.
Pero hay obras totales, definitivamente magistrales, de aquellas que se quedan en tu retina de forma perenne, que se hacen clásicos a los diez minutos de su final.

Mystic River se sitúa, de pleno, entre las pocas candidatas a la genialidad que nos ofrece el cine moderno. Su perfección fílmica y su desasosegante profundidad le permiten alcanzar cotas de arte intenso, desquiciante, sereno, reflexivo, punzante. Porque nos encontramos ante una película definitivamente excepcional, un certero puñetazo en pleno estómago que te noquea la emoción y el equilibrio, que te obliga a mirarte, a pensarte y a apreciar que el dolor y la violencia están en todas nuestras vidas, que mancha nuestra sociedad.

Existen personas que vagan por la vida sin motivo ni fortuna, que transitan cual vampiros dominadas por la frustración, la degradación y la muerte, que ven su vida tullida por el azar o la desgracia, que mueren cuando sufren y que sufren cuando viven. Personajes, en definitiva, a los que sólo el latir de su corazón les ata a la existencia.

Tres hombres, antiguos amigos de la infancia, protagonizan esta nihilista y oscura historia de verdades escondidas y dolorosas. Dave, violado en plena adolescencia por dos crueles pederastas, Jimmy, un pequeño mafioso al que asesinan a su hija, y Sean, abandonado por su esposa, son los tres vértices sobre los que gira esta tragedia de nuestros días que se hace insoportable a la mirada sensible de una mente despierta, que te hiere de muerte y te condena a perseguir, con tus pensamientos, los matices y vericuetos de su historia y sus reflejos.

La forma en que Eastwood acerca su cámara a los personajes es de una honestidad abrumadora, sin efectismos ni miradas complacientes o lastimosas, en una indagación sin aderezos que consigue desentrañar el alma de unas vidas miserables, condenadas desde la infancia a la culpa y cuya redención es inalcanzable. La violencia genera más violencia, sea física o emocional, y establece una cadena de degradación que no tiene fin y que se multiplica como una epidemia hasta infectar todo lo que nos rodea. Sea como un juego, en búsqueda de la venganza, anhelada o inconsciente, la violencia nos envuelve en su apestosa realidad hasta abocarnos irremediablemente a la muerte.

El río es el otro protagonista. Su oscura red de agua corrupta sintetiza esta tremenda historia de hombres muertos en vida, en un devenir sin retorno a la destrucción que esconde las veleidades de seres tan indefensos, en el fondo, abocados desde sus primeros años de vida a la infelicidad y la ausencia.

Film que entra por el estómago y desemboca en la mente, Mystic River es una obra de arte en toda regla, una película tan humana que hace daño, tan real y tan pesimista que nos invita a replantearnos en que mundo vivimos, asiendo, con los puños llenos de sangre, el último halo de esperanza.

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