miércoles, 17 de octubre de 2007

Desde la falsa orilla


“Mar adentro” es un nuevo y mayúsculo ejemplo del cine ramplón de un cineasta encadenado a la artificiosidad

Las películas de Alejandro Amenábar tienen truco, se les ve el artificio y la pose y resultan falsas, carentes de la verdad de la vida. Pero son hábiles, inteligentes ejercicios de ocultación de su propio vacío, de una superficialidad que se presenta enterrada en el paraguas de un supuesto compromiso; meritorios ejemplos de un cine que parece ser cuando no acaba siendo nunca.
Amenábar está considerando el fulgurante artista de la industria o un buen creador o un magnífico director de orquesta de un cine que, bajo su máscara, no esconde más que su propio rostro tramposo y vano.

“Mar adentro” juega esa partida de póquer con el público y la gana. Se presenta social y humana, reivindicativa y con posicionamiento, sensible y emocional. Y es facilota y manipuladora, tosca y vertebradora de una auténtica sinfonía de penalidades humanas que se muestran sin pudor ni recato, que vende optimismo y humor en un tema doloroso cuando es truculenta y patibularia, exenta de honradez y de solvencia en su temática.

Es un film preparado para el llanto, para capturar la emoción fácil del espectador, en la que todo está extraordinariamente preparado, con personajes desvalidos que aderezan a Ramón Sampedro, en una forma de hacer muy americana, muy poco europea, muy poco moderna. La indagación en su protagonista es mínima, superflua, y el complejo tema de la eutanasia está tocado de puntillas y sin grandes dimensiones reflexivas, evitando el riesgo y el veneno necesario de la polémica.

Cierto es que Javier Bardem da una lección de interpretación realmente memorable y que algunos secundarios, como la catalana Clara Segura, elevan el nivel general, pero la película se queda coja, como si mirara su propia propuesta desde la orilla, desde una falsa orilla de cine social que no lo es y que deviene efectista y hueco.

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