jueves, 25 de octubre de 2007

Las dudas del héroe


“Spiderman 2” nos ofrece la visión más humana de un superhéroe con problemas de hipoteca

Disculpen el juego de palabras y la inexactitud de las mismas en el subtítulo ya que Peter Parker vive de alquiler. Pero la grandeza de esta segunda parte de “Spiderman” está precisamente en la concepción del héroe como una persona relativamente corriente, que sufre los problemas de todos los mortales, que tiene un torrencial de dudas existenciales y que debe conjugar su curioso trabajo con su vida emocional.

En la primera parte, ya estaban presentes las dudas y las incertidumbres de este brillante estudiante de física que, tras un accidente, se ve encaminado a menesteres que la vida le obliga a ejercer y que a él incomodan y atenazan.

La duda sobre su nueva situación, sobre lo que le comporta y sobre lo que pierde, a lo que renuncia, afloran definitivamente en esta segunda entrega, mucho más rotunda e interesante, definitivamente inteligente, en la que vemos la vertiente más humana, pocas veces plasmada en el celuloide, de los superhéroes de las viñetas.

Parker es un chaval normal, que debe salir del armario y explicarles a todos lo que es, lo que lleva a sus espaldas, sus sufrimientos escondidos, para salir airoso, para conjugar sus deseos y sus obligaciones, en un exploración brillantísima en el terreno de la emoción del héroe contemporáneo.
Si Superman, aparte de machote no era más que torpe, Spiderman representa ese tipo de la calle que vende pizzas y llega tarde a ver a los seres que más desea y que convive con otros a los que ha herido de muerte y lo esconde por miedo a hacerles daño.
Un tipo normal que, en un momento concreto, renuncia al destino y desiste de su misión para lograr algo tan terrenal como el amor de su chica, como centrarse en los estudios, como confesar a su tía que fue el culpable indirecto de la muerte de su marido, como conseguir un trabajo para llegar a fin de mes y mandar a tomar viento fresco al dueño de su piso. ¿Habían visto antes a un superhéroe que vive en un apartamento de mala muerte y que debe huir de las presiones de su profesión mal pagada? Seguro que no.
En esta segunda parte, Sam Raimi, que logra su mejor film, lo pone encima de la mesa y nos ofrece un ramillete fascinante de conclusiones con escenas sobresalientemente sensibles como la del metro (nunca una escena de acción fue más refinada y menos ruidosa), extrayendo la parte más femenina del personaje (recuerden la conversación en el ascensor sobre su traje), dotando de auténtica profundidad a las mujeres de la historia. Y con un malo que no lo es, que es un romántico obligado por la tecnología a hacer el mal. En fin, glorioso.

A parte de eso, que es muchísimo, un guión perfecto, una dirección en estado de gracia y unos actores, a excepción de James Franco, magníficos.

Hilo fino. Esta película tiene mucho fondo y mucha clase.

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