jueves, 18 de octubre de 2007

Orden y concierto


“Master and Commander” es un estupendo film de aventuras impregnado de la elegancia y la inteligencia de su creador

Patrick O’Brian, conocido como el escritor del mar, fue comparado, por su erudita narrativa y su temática universal, en la que aborda conceptos como la amistad, el valor o el amor a la naturaleza, con grandes nombres de la literatura inglesa como Jane Austen.

Sus obras navales, contextualizadas en las guerras Napoleónicas, contienen tanta psicología como acción y suponen elevados ejemplos de la mejor tradición de la novela histórica.

La serie de obras dedicadas al capitán Jack Aubrey y al doctor Stephen Maturin están repletas de reflexiones hondas sobre la naturaleza física y humana, sobre el comportamiento de los hombres y sus ideales; con el aderezo añadido de una sana y vitamínica ración de aventuras y batallas entre bandos enemigos.

La adaptación cinematográfica de las andanzas y desventuras de estos dos personajes hace, de entrada, justicia al material referenciado. Peter Weir, un australiano afincado en Hollywood pero que nunca ha perdido el interés en explicar historias poderosas, consigue transmitir en sus imágenes la exquisitez formal y la carga de profundidad humana que contienen las novelas del británico.

Cuando sales del cine, conservas la sensación de haber visto una película de las de antes, artesanales y sin gratuidades, un film de aventuras de verdad, rezumante de una elegancia y una distinción démodées, impropias del cine americano de estos tiempos.
El film funciona como un dueto musical, donde dos instrumentistas hacen funcionar una melodía de forma individual y colectiva, con solos temáticos y frases narrativas explicadas al unísono y que barajan dualidades como la amistad y el odio, la ciencia y la humanidad, la cobardía y la valentía o la vida y la muerte.

El capitán Aubrey representa el mando y el orden, el liderazgo recto pero generoso, expeditivo y justo. Es un estratega calculador y reflexivo pero fiel y agradecido, muy humano, que tiene en el respeto su principal arma de comando.

El doctor Maturin simboliza la tenacidad de la ciencia y la exactitud de los datos físicos pero también la conciencia olvidada del capitán, el enfrentamiento de ideas y la conexión emocional con el resto de la tripulación.

La amistad que les une se sintetiza en los instrumentos que tocan. Aubrey, el violín; instrumento que brilla en la soledad pero que con el complemento del cello, que toca el doctor, se hace más completo y su sonoridad más harmoniosa.

La fuerza y la razón se unen en una relación entre dos hombres que deja de manifiesto muchas de nuestras contradicciones, valores y miedos.

Weir consigue hacer evidentes todas estas virtudes de las novelas y las eleva con una formalización visual que busca una narración clásica y pausada, sin estridencias y con un alto sentido de su dimensión plástica. En otras manos, la película se podría haber convertido en un compendio de diatribas rancias sobre el patriotismo o el coraje de los hombres y haber primado los cañonazos sobre los diálogos. El respeto de Weir a la figura de Patrick O’Brian es evidente y su labor, desde la honestidad y el interés hacía los valores reales que destilan las páginas del escritor, es francamente formidable, consiguiendo que el film resulte culto, elegante, entretenido y profundamente interesante.

Todo con la ayuda de Russell Crowe, un actor tremendo, que transmite una fuerza y un entusiasmo a su personaje realmente espectacular. Llena la pantalla, la desborda por momentos y perfila una interpretación soberbia, cercana a la que nos deparó en la impresionante El Dilema.
“Master and Commander” es un film con orden y concierto, bien escrito, dirigido e interpretado y que mantiene el aroma de cine del bueno. O sea, una obra con bouqué.

No hay comentarios: