lunes, 15 de octubre de 2007

Shakespeare en verde


Muchos se defraudaron con Hulk y olvidarán que Ang Lee ha tejido una hermosa historia que nos habla de la auto-aceptación y de la persecución del que nace diferente

Corrieron ríos de tinta cuando se anunció que Ang Lee dirigiría Hulk. Causó extrañeza que un director tan ecléctico y sensible fuera el artífice principal de la adaptación de este clásico del cómic de Stan Lee.
O sea, un tipo acostumbrado a explicar historias humanas descifradas pausada y minuciosamente, que solo contaba ante el respetable con el aval de la divertida y poética Tigre y Dragón, debía elaborar un potentísimo film comercial. Lee ha sido fiel a sí mismo y comprensivo con su personaje.

Lejos de buscar la impresión fácil con imágenes violentas y acciones ininterrumpidas, el taiwanés se ha detenido en la interrogación de su criatura, ofreciéndonos un doloroso ramillete de sensaciones emocionales sobre cómo un ser humano es capaz de conocer y aceptar su propia naturaleza, comprenderla, afrontarla y, a nivel interior, convivir con ella en un sociedad empecinada en exterminar la diferencia.

La sombra de Shakespeare planea sobre todo el entramado narrativo y caracterizador de la historia y se hace evidente en el enfrentamiento paterno-filial que se establece entre el creador y su criatura, en un intenso ajuste de cuentas con el destino, el pasado y la herencia genética. El padre, al experimentar con su hijo de forma indirecta, le infiere una huella fatal que le conducirá irremediablemente a ocupar su espacio, a convertirse en un futuro en él mismo y obligándole, desde la cuna, a protagonizar una sustitución de dimensiones freudianas.

Nacer con una definición natural concreta que no es comprendida por los demás, y al principio por uno mismo, conlleva un ciclo de aprendizaje interior y resolución exterior que se puede ver en la evolución de Hulk como hombre. Su incapacidad para llevar una vida social y su fracaso sentimental se justifican claramente con la angustia del que ve como algo le impide la liberación definitiva de su realidad como ser humano. Cuando fluye, siente una libertad íntima que disfruta pero que, rápidamente, se da de bruces con una sociedad decidida a acabar con el peligro que supone un ser extraño, situado al margen y peligroso, que ostenta una fuerza tan descomunal y tan incomprensible.

Entre estos mares de digresiones existenciales se mueve el guión escrito por James Scheamus, astuto y bien hilvanado, arriesgado y enjundioso, que tiene mucho de drama trágico de enfrentamiento, desafío interno y que contiene referencias literarias y fantásticas a Frankenstein e incluyo a Jekyll y Hyde. Como destacadas son también algunas diatribas nada reaccionarias contra el militarismo actual y las decisiones gubernamentales al servicio de intereses económicos.

El amor, otra vez, será el redentor de tan furiosa criatura (con una imagen idéntica a King Kong) y lo asentará definitivamente en el terreno de la humanidad si todo lo anterior no era suficiente para traslucir el indefenso hombre que se esconde tras ese monstruo verde de ira.
Lee, para redondearlo, envuelve la historia, esta terrible historia humana, en una estética en forma de cómic que fracciona la pantalla (split screen), utiliza flashbacks dentro de flashbacks, alterna y simultanea escenas, ángulos y perspectivas y le otorga una rapidez visual externa que dinamiza la lenta y progresiva evolución mental del personaje.

Gran obra, gran película, hermosa historia en la que lo menos importante son los efectos especiales.

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