miércoles, 17 de octubre de 2007

Un baño de esperanza


Vapuleada injustamente, La Joven del Agua es un brillante tratado sobre la esperanza en un mundo oscurecido por sus miedos

Una cierta corriente torpe y tendenciosa del cine americano nos había proporcionado, en los últimos años y a través de sus creaciones más comerciales, una especie de línea cinematográfica de gran calado ideológico centrada en la reinstauración de la fe redentora en una sociedad obcecada por las tragedias humanas y los conflictos sociales.

Esa estrategia moralista deviene, en la mayoría de los títulos, auténticos encomios redactados por la política intervencionista de la administración Bush (con la consecuente designación del presidente como el Mesías salvador) o bien, derivándolo hacía la última puerta a la derecha, a una conmiseración cristiano-religiosa que establecía la causa-efecto creencia-protección.

Al propio M. Night Shyamalan, autor de La Joven del Agua, se le había escapado en alguno de sus títulos anteriores alguna idea reaccionaria y devota de cierta peligrosidad, considerando la fe en Dios como único redentor (Señales) o demonizando la modernidad y aislando la inocencia para el placer de unos pocos (El Bosque).

Contemplando La Joven del Agua uno se sorprende al interrogarse sobre si los tiros del hindú no fueron certeros o si la interpretación personal fue demasiado astringente, porque lo encontrado en las nociones y valores del film resultan evoluciones brillantes y convincentes de las anteriores redefinidas o aumentadas desde una perspectiva más espiritual e individualista.

La fe de Señales era creer en una entidad metafísica inaprensible. Ahora, el único agente salvador sobre uno mismo, es, precisamente, tener fe y creer en nosotros mismos. Puro humanismo.

La actitud ante un mundo oscurecido y violento en El Bosque era establecer una bola de cristal en la que meterse evitando el contacto con la decadencia de la sociedad desde la más pura e ignorante inacción. Ahora, la actitud es enfrentarse a ella, luchar utópicamente contra y por ella, optando por la esperanza, asiendo a seres representativos y sencillos de un mundo en el que la posible mejoría es, valga la redundancia, posible si la deseamos.

Estos conceptos, expresados con fina sensibilidad y amor inmenso a los seres representados, hacen de La Joven del Agua la más apasionante historia explicada por el director hasta la fecha, si soslayamos las virtuosas florituras visuales que habían elevado, con cierta desproporción, algunas de sus anteriores obras, a excepción de la infravalorada y fascinante El Protegido.

En La Joven del Agua, film definitivamente asombroso, libérrimo y metafísico ejercicio de reflexión filosófica y moral, Shyamalan se lanza a la piscina y en un ejemplo de arrojo creativo, se sumerge en las entrañas de su ideología, vilipendiando los posibles ataques de blandenguería con los que algunos apuñalarán a su película.

La decepción sobre el mundo que expresa el director es tan evidente que recurre a un cuento infantil, y oriental para más señas (el occidental se aprecia como incapaz de crear la magia de la leyenda metafórica) como única vía para no caer en su propia negritud.

Recubre, sutilmente, su historia con un caparazón de fábula mágica terrorífica y dulce al mismo tiempo, que expresa su verdad con la inocencia propia de la infancia, cuando lo que creemos, lo que sostenemos, lo hacemos de verdad, sin peajes ni contradicciones: limpiamente.

Esta estrategia de persuasión ante el espectador adulto, encontrará incondicionales y detractores porque su forma de mostrarse a la platea es tan naif como contundente, tan aparentemente tontorrona como, y así lo creo, extraordinariamente cautivadora.

El mundo atacado, negro, decadente, en peligro puede ser cambiado desde la sencillez y la humildad de aquellas personas que han dejado, por influencia de su entorno, de creer en ellos mismos.

La redención del delicioso encargado de mantenimiento de ese vulgar edificio de vidas olvidadas resulta clarificador: cuando ayuda, es ayudado; cuando cree, libera sus miedos; cuando mira a los ojos de su dolor, se sana. ¿O no le explicamos los conceptos de la vida de esta forma a los más pequeños? Como él.

Toda vida es útil, aunque la vanidad de la sociedad actual nos recuerde continuamente nuestra pequeñez. Toda línea puede modificar un futuro.

No debemos olvidarlo: la esperanza nunca debe dejar de bañarnos. Si no, tendremos que buscar nosotros la piscina.

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