lunes, 15 de octubre de 2007

El sufrimiento de un hombre


“La Pasión de Cristo” es un retablo sórdido y bello que encuentra en su desmesura sus principales virtudes y defectos

Película que se desliza en el precipicio de su propia exageración, “La Pasión de Cristo” ha desatado una furiosa y comprensible polémica allí donde ha sido proyectada.

Gritos de antisemitismo, de carnicería irresponsable o de aventura artística desprejuiciada, han garantizado al film de Mel Gibson una campaña promocional que ni los más avispados ejecutivos de los estudios hubieran ideado.

Este monumento al sufrimiento de un hombre se ha convertido en un auténtico fenómeno religioso-social-cultural que debe enmarcarse en un contexto global en el que la búsqueda de una fe redentora se muestra como la única forma de salvación de un mundo enfermo y amenazado por el terrorismo.

Pese a la creencia o el descreimiento del espectador, el film consigue entrecortar la respiración en muchos instantes, al mostrar, con inusitada crudeza y cierta desproporción visceral, el horrible vía crucis que pasó Jesús en sus últimas doce horas de vida. Y lo hace a través de una propuesta narrativa que combina, con gran sentido del espectáculo, la austeridad más absoluta en la acción con una delicada pulcritud y deslumbrante belleza en lo visual.

O sea, que el film se vuelve tosco y funcional, incómodamente riguroso, en la degradación del hombre y se transforma en lírico y exquisito, incluso elíptico, en la rememoración de pasajes anteriores o en escenas de gran sutileza como la resurrección que clausura la historia.

Entre la miseria y la estilización, Gibson consigue transmitir todo su mensaje y, principalmente, sale victorioso en su afán de pergeñar una obra integral, sin prejuicios ni limitaciones, hecha sin pudores autorales ni cortapisas. Así concibió su historia y así la explica, incluso a riesgo de no facilitar al espectador su visionado. De ahí que el film sea hablado en arameo, hebreo y latín, recurriendo a los subtítulos, en un logro artístico sin parangón en el cine norteamericano.

Los diálogos no son excesivos, aspecto que facilita que la imagen sea la auténtica protagonista, que se explique por sí misma y más si se apoya en unas interpretaciones muy contenidas y sencillamente sublimes en algunos casos.

Jim Caviezel está muy adecuado, muy creíble, con más dolor que amor, pero su sufrimiento se transmite más en la mirada de su madre, la Virgen María, a través de la maravillosa, única, especial y terrorífica actuación de Maia Morgenstern. Sus ojos ya son sólo una película.

El encomiable salvajismo en la dirección, que otorga al film un tono mucho más pesimista y desolador que en otras cintas sobre el mismo tema, acaba, eso sí, pasando factura al propio film.

Gibson parece empecinarse en resultar tan bárbaro y angustioso que acaba, a base de reiterar caídas, chorros de sangre y carnes magulladas, inmunizando al espectador, consiguiendo que el shock visual se convierta en algo habitual, perdiendo, así, el efecto y el impacto en la platea.

Su tenacidad en el tremendismo y la truculencia restan eficacia a esta historia dolorosísima, que no puede dejar indiferente, tanto si uno se mueve en la fe cristiana como si no. Al fin y al cabo, todos nos identificamos con alguien que sufre, que es apaleado y humillado con tanta saña y sordidez.

“La Pasión de Cristo”, pues, es un buen film, liberado de la moralidad de su discutible creador, durísimo y bello, sobrio y hermoso, tan intenso como desproporcionado, con imágenes espantables y otras que parecen cuadros de Caravaggio.

1 comentario:

Juan Vico dijo...

Ya estás linkado en mi blog, compadre.

Me gusta que cuelgues comentarios de películas sin importar su actualidad.

Las críticas, como siempre, excelentes.

Un abrazo.